MANUEL VALLEJO, 129 AÑOS.
Manuel Jiménez Martínez de
Pinillos, Manuel Vallejo para la grandeza del flamenco, vino al mundo un 15 de
octubre de 1891 en Sevilla con aires jerezanos en sus pulmones, ya que sus
lamentos, dicen que se escuchaban por sones
siguiriyeros del Sr. Molina. De eso
hace 129 años ya.
Baste
esta pequeña broma introductoria para devolver una ínfima porción de realidad
flamenca al cantaor más antológico
completo y redondo que haya nacido hasta hoy. Un cantaor enciclopédico, como le
gusta a la afición flamenca recordar a sus grandes maestros y Manuel Vallejo
estuvo, está y estará en ese exclusivo olimpo por méritos contrastados y reconocidos, de forma tardía,
pero ahí están. Hoy desde Emilio Jiménez Díaz hasta Manuel Martín Martín, han
reconocido el evidente e injusto marasmo que sufrió Vallejo por motivos ajenos
a su valía como artista.
Y es que desde su muerte en 1960 hasta
1990, Vallejo no existe en la memoria colectiva flamenca. Tres décadas de
silencio para vergüenza de la afición y orgullo de unos cuantos; de plumillas
bebedoras y mejores comedoras, como diría aquel periodista con mayúsculas.
Pasarán
¡treinta años! Para volver a oir hablar de nuevo del pequeño cantaor sevillano,
a raíz de la celebración que le organizan sin complejo alguno, sus biógrafos
oficiales, a los que cariñosamente conocemos como “ Los
tres Manolos”: (Yerga Lancharro, Centeno y Cerrejón). El
motivo no puede ser más apropiado, el centenario de su nacimiento en 1991 .El
lugar elegido : “Torres Macarena”. Una de las peñas flamencas con más solera de
Sevilla.
Dos semanas de homenajes y conferencias con
respetuosas opiniones de voces nada sospechosas como la de Miguel Ríos Ruiz,
Miguel Acal, Gonzalo Rojo o Ángel
Álvarez Caballero. Todos con sumo respeto aportan datos que contrastan con ese
silencio que parece nadie quiere acometer.
Ni
siquiera Chano Lobato cuando recuerda las rarezas de Manuel, sólo comenta que
no aceptaba la presencia de quienes no mostraban respeto ante su persona. Que
el mismo tomaba en “La Campana”
cafés con el maestro y veía cosas que no le gustaban y entendía
perfectamente su proceder.
Juan
Valderrama, Luis Caballero, Enrique Orozco y La Niña de la Puebla estarán esa
primera semana de octubre de 1991, intentando acercar con vivencias y datos la alargada
sombra de Vallejo. También se lanza una edición especial de “Sevilla Flamenca”. Se tira la casa por la
ventana y Pasarela edita una bella caja numerada de mil unidades, con un muy
acertado disco, una réplica de la II Llave de Oro ganada en 1926 y un llavero
de la Copa Pavón ganada en 1925. Toda una “joya”magníficamente ilustrada que no intenta
paliar nada, salvo el flagrante silencio cometido hacia un profesional que no
merece por personalidad artística y antológica obra, semejante trato. Un legado
que Vallejo construyó durante cuatro décadas y que otros se encargaron de
borrar, o cuando menos, ocultar de la bibliografía oficial.
Manuel Vallejo conoció tres épocas muy
distintas a lo largo de su vida profesional. La inicial, formativa, que le
lleva hasta 1920 y coincide con el final de una etapa flamenca; otra de éxito
en calidad y cantidad que podemos fechar entre 1923 y 1950 y una tercera de
ostracismo hasta su muerte en 1960.
Lo que nunca conoció Manuel Vallejo en vida
fue la mediocridad. Sus últimas grabaciones de 1950, con Paco Aguilera a
la guitarra son de un temple y una calidad exquisita. Nada tienen que envidiar
a las primeras de 1923 con Ramón Montoya. Su poderosa voz, permanece
segura y con el timbre tan visceral que
siempre le caracterizó. Parece mentira estar escuchando al mismo Vallejo de los
años veinte, ahora con sesenta años a cuestas.
Mantener
ese nivel con un repertorio de más de 20 palos diferentes le dan derecho propio
a estar en cabeza de cartel tres décadas seguidas. Derecho a pasar a la
historia del flamenco como leyenda sagrada a la misma altura de la genial Niña
de los Peines, quien siempre que pudo alabó en público y privado su figura.
Vallejo estará los mismos treinta años, pero
oculto en un cajón de fandangueros y
otros estilos que molestan al flamenco de turno en estos años 60 y 70. Cantes y
cantaores que desaparecen de la escena y lo más grave, de la historia escrita
flamenca. Sólo porque no interesan en los años venideros.
En 1891 ya muerto Silverio y con un
joven Antonio Chacón que todavía no se
ha ganado el “ Don”, viene al mundo Vallejo. Son tiempos de Cafés Cantantes donde un pequeño Manuel
apenas puede asomar el cogote por edad en estos ambientes. Sin embargo, pregona
por las calles sevillanas vendiendo toda clase de viandas y despertando en el
vecindario una atención y un interés que jamás perdería ya durante décadas.
Vallejo
es el cantaor más completo que he escuchado. No son palabras mías, lo dijo en
plenitud una tal Pastora Pavón Cruz. Y
es que la Niña de los Peines sabía muy bien ya en los años treinta cómo se las
gastaba el pequeño gran cantaor payo de la vieja calle San Luis. Sabía, como
compañera de faena, que Vallejo tenía cristalitos en la barriga para alicatar
tres cuartos de baño. Ahora bien, ¿Vallejo es el mejor cantaor de la historia?
No. ¿Cantaores mejores? , seguro. ¿Más jondos?, por supuesto y ¿con una voz más flamenca?, a
montones. Pero ¿que hayan cantado
tanto como Vallejo y de forma tan redonda en el tiempo?…pocos. Sólo en esta
balanza nos aparece la imagen de La Pastora Divina.
En
estos años (1920-1950) Vallejo deja grabadas 23 siguiriyas de todos los
estilos; 24 bulerias con un dominio del compás y una velocidad que hacen jalear
al más pintado; otras tantas saetas; 17 malagueñas; 28 granadinas y medias; 8
fandangos por soleá (creación personal) y así hasta casi 150 placas que dan
unos 245 cantes para deleite de todas las generaciones.
¿Quién
deja semejante legado? ¿Escacena?,¿El Mochuelo?
Y lo
más ¡¡¡flagrante!!!
¿Quién
dejando semejante legado puede ser arrinconado y olvidado en un triste cajón
treinta años?
Afortunadamente
esto no siempre fue así. Manuel Vallejo tuvo una personalidad muy fuerte,
retraída, rara, que le granjeó pocas amistades en vida y muchos problemas. Otra
cosa es su trono profesional que se mantuvo seguro y firme mientras estuvo
encima de un escenario. En algunos de sus cantes grabados hace referencias tanto él mismo como los que le jalean: “y decían que no podía”,“eso es cantar…”…se escucha de fondo en muchos de sus
cantes.
En
sus primeros años se pateará toda España
aprendiendo el duro oficio de los escenarios en eternas turnés. Siempre muy
bien acompañado y aprendiendo un serio oficio
que merece toda su dedicación.
Manolo
Cerrejón en su homenaje en forma de
libro, junto a Juan Luis Franco: “Manuel
Vallejo: Vida y obra de una leyenda del flamenco”( Giralda,2002) ,
incluye una multitud de carteles donde se aprecian las interminables giras
hasta fuera de España y el rango que va adquiriendo nuestro pequeño gran
cantaor.
Barcelona
será una plaza donde pasará varios años de su juventud aprendiendo los
sinsabores del cante, en una década (1920) donde las cosas están cambiando muy
rápido para el país y donde el flamenco no iba a ser menos. Parece sacar la
cabeza de los cuartos, de los escasos cafés cantantes y reservados, para
suscitar el interés de otros campos culturales más extensos como teatros y
plazas. Los jóvenes y no tan jóvenes desean dignificar el flamenco llevándolo a
otros ambientes y dando a conocer una música que se intenta buscar un sitio en
una España emergente y convulsa.
Será el Concurso
de Granada de 1922 el que abrirá la puerta de par en par hacia nuevos
escenarios donde recibir al flamenco. Grandes personalidades culturales como
Falla y Lorca juegan en otra dimensión y su interés como músicos por el cante
jondo hará de espaldarazo para salir de la cueva donde lleva metido el cante
doscientos años.
Que
hoy, un siglo después de ese primer concurso, se siga hablando de aquello, de
lo que allí sucedió, es algo digno de análisis. Se recuerda al Tenazas de Morón
y a un joven Niño Caracol de doce años como los ganadores. Pero quien de verdad
salió ganador fue el propio flamenco, que aprovecha la prensa del momento y la
visión empresarial y teatral del evento, para dejar inaugurada una nueva etapa para nuestro arte.
La
mal llamada: “Ópera Flamenca”,
que pese a quien le pese, es la época dorada del cante flamenco por calidad y
cantidad. Casi un centenar de profesionales los que brillarán en esta nueva
etapa flamenca. Unos más completos que otros, pero todos con aportaciones de
una manera u otra al flamenco.
No
creo que haya habido muchos ejemplos en la historia ni de la música ni de
cualquier otra representación artística con semejante nivel de influencia en el
resultado final. De calidad contrastada. Sería digno de estudio a nivel
socioeconómico, el momento en que el
flamenco empezó a ser una salida laboral para ganarse la vida ejerciendo de
profesional del cante en estas tres décadas (1920-1950). El nivel alcanzado
para ello que jamás se ha vuelto a repetir. La profesión que hasta entonces
había sido pasto de maleantes, cuatro borrachos y gente de mala vida, queda
fijada en estos años como una profesión de la que poder aglutinar multitud de
salarios, de responsabilidades. Antes se “lismonea” al cantaor de cuarto cuando
algún señorito quería fiesta. Esto duró más de un siglo. Ahora son teatros y
compañías las que encierran familias enteras que vivirán del trabajo de unos
contratos y registros laborales. Se lleva lo jondo a otras dimensiones bajo
unos cánones muy establecidos. Con intereses, porcentajes y beneficios de
empresarios muy interesados.
Tanta
variedad de melismas y riquezas flamencas jamás se han vuelto a escuchar como
en esta época. Sólo con nombrar a cuatro de ellos es suficiente para alcanzar
una mínima visión de lo que fueron esos años con dos guerras de por medio y del
nivel donde Vallejo reinó: Don Antonio
Chacón, Pastora, Marchena y Cepero. Todos brillan con luz propia durante
esta denostada etapa. Sí denostada. Nunca le han atizado más al flamenco que en
esta etapa de Ópera Flamenca.
Siempre
se dijo que no existen cantes buenos o malos, sólo existen cantes buenos y
cantes mejores y suenan igual de bien en un teatro como en un cuarto. Lo que
hay es que buscar a cantaores dignos, buenos o geniales que llenen teatros o
plazas de toros.
Está
pasando hoy día con jóvenes que meten a cincuenta mil personas en una plaza de
toros y ciertas plumas quieren volver a rescatar la “ confusión”. No señores,
el flamenco tiene más de dos siglos de talento en sus vitrinas con una base sólida donde beber. Para los que
quieran beber de esas fuentes.
Vallejo en el adiós de Chacón, ya no se bajará del primer escalón
del cartel. Cobrando más que nadie, recibirá premios en férrea competencia
tanto de Marchena, Pepe Pinto o Cepero. No aparece un Vallejo de 33 años como
por arte de magia para ganar la Copa Pavón. No estuvo en Granada en el 22 y
pudo haber estado en ese mítico concurso, salvo que tuvo problemas serios de
voz y alguna que otra inseguridad personal que no le animó a asistir.
Pero
Vallejo ya estaba hecho como cantaor y cuando recibe la copa Pavón en 1925, Don
Antonio le dice aquello de: “te la doy
porque te la mereces, pero “la vieja” (por Marchena) ganará más dinero que tú”.
Sabias palabras de quien veía en Vallejo al más fiel heredero del cante
flamenco tradicional, o si quieren, cante puro. Aunque no me gusta nada ese
término “pureza”. Otro complejo más del que desprenderse. Dejémoslo ahí.
Chacón,
el genial cantaor jerezano, ya muy trillado en 1926, cuando le otorga la II Llave de Oro a Vallejo, sabe que
Pepe Marchena es otra cosa y que lleva un baúl extra en su cabeza, corazón y
garganta.
Es
curioso ver que la II Llave de Oro la otorga Don
Antonio Chacón y la entrega en mano Manuel
Soto Loreto, Manuel Torre para la
afición y cuya presencia en ese acto (sin galgos) cierra para mí la
cuadratura flamenca. Ninguna otra llave
puede tener la GRANDEZA FLAMENCA que
tiene la de Vallejo en 1926. ¡ Es imposible !
Don Antonio Chacón y Manuel Torre que debieran
tener las suyas propias por duplicado, como
también Pastora Pavón, que son las almas
y biblias flamencas hasta entonces y pasados ya cincuenta años de la primera
entrega; ellos que han llevado el cante del XIX al XX ,desde la ultratumba a
los teatros y plazas.
Son
ellos quienes tienen el HONOR de darle a un joven y pequeño cantaor llamado
Manuel Vallejo la 2ª Llave de Oro del
cante. ¡Ea! ¡Ahí queda eso!
Manuel
Vallejo como leyenda flamenca merece memoria eterna por su singular personalidad
como artista, por una originalidad
creadora en fandangos y cantes festeros
y su pleno conocimiento durante más de tres décadas del oficio de
cantaor. ¿Se imaginan ustedes lo que supone reinar en cualquier campo artístico
durante esa barbaridad de tiempo?
Pues
eso es lo que hizo Vallejo desde 1923 hasta 1952. Dominar el mundo del cante en
España de principio a fin. Un mundo donde se topó con enormes rivales que
intentaron bajarle de ese pedestal que ocupó mientras pudo grabar, mientras fue
“el faraón” del cante flamenco. Y aún
así, todavía Sevilla le niega una mísera escultura en alguno de sus
múltiples parques .No hace falta que sea en el barrio de la Macarena. ¿Qué podemos hacer la afición para
poder ver restaurado este ilustre apellido en Sevilla?
¿Qué
necesita Manuel Vallejo para que su casa le devuelva una ínfima parte del
prestigio ganado por el pequeño cantaor republicano? ¿Dinero? … ¿Políticos? …
Ahí van los primeros 500 € si de eso se
trata…pero que la Confederación de Peñas Flamencas de Sevilla o quién
correspondan ,no hagan nada año tras año…lustro tras lustro…década a
década y que hasta la mismísima Rosalía
rescate unos tangos de Manuel y pegue el
pelotazo…es para darle la patá a la bici o mandarles a todos a…
El
año próximo serán 130.
¡¡¡ VIVA VALLEJO !!!