A MANUEL VALLEJO
Siempre me ha sorprendido muchísimo lo fácil que usamos los adjetivos y adverbios en la prosa flamenca: sublime, único, irrepetible, genial, completo, redondo,la mejor,el primero,la más grande, etc...son usados hasta el hartazgo por la crítica. Vallejo ha sido de los que más se ha llevado según fueran los tiempos. Lo han tildado desde el emperador del cante hasta ser una gaita o gaseosa. Lo triste es que se lo leas a un mismo crítico con pedigrí,creando absurdas polémicas y lo peor, confundiendo al joven aficionado ante tal virulencia verbal.
El pequeño y solitario cantaor macareno,lleva 65 años perdido en una fosa común. Lo único inmortal es su obra. Más de 200 cantes que son patrimonio cultural andaluz y que remasterizados están para todo el/ la que desee beber de esta fuente clara.
Y hablando de veneros, Vallejo bebe en el mejor manantial: Don Antonio Chacón.
Vallejo es Chacón. Aquel Chacón de 1899 que rompía un tono en cuatro. El mismo que Silverio buscó y llevó a Sevilla con 17 años y que triunfó en Madrid y por toda España.
No ha habido nadie más importante en la historia del flamenco que Chacón. Nadie. ¡ Ojo,he dicho importante, no mejor !
Volviendo a Manuel ( cuanto flamenco con éste nombre), cada día suena mejor. Sus cantes, gracias a la tecnología,en pleno siglo XXI podemos disfrutar de grabaciones de más de cien años con una calidad sonora magnífica. Apreciar la personalidad interpretativa de sus cantes,sean libres o a compás,los dominó todos. Unos registros de voz con un timbre sin igual, un lujo lleno de matices en la tesitura vocal de un tenorino único.
Vallejo fue creador y transmisor de un riguroso legado y además hubo en él, según quienes le conocieron, la esencia de ser ante todo un buen aficionado. Quizá fue lo único real durante toda su triste vida. Un cantaor excepcional y un ser atormentado. ¿ Familia? ¿ Amigos?
El día que le sobrevino el ictus apopléjico en el café " Las Maravillas" sabía que el cante ya había cambiado. Una semana estuvo en el viejo hospital de las cinco llagas, allí postrado debió sentirse muy sólo sabiendo que se iba. Me gusta pensar que en esa hora final, susurrando algún exabrupto y dejándose llevar, esbozaría una leve mueca consciente de lo que dejaba atrás: incomprensión, aplausos y una obra para la eternidad.
Vallejo: ¡ Y decían que no podía !